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Cariño | Un cuento

Caren metió el pequeño cadáver en su mochila. “Le daré cristiana sepultura saliendo del trabajo”, se prometió.

Cariño había estado enfermo la última semana. Dormía a todas horas y tenía la barriga dura como un globo a punto de reventar. Caren había preguntado en un grupo de Facebook, por especialistas que pudieran atender a su pequeño gato atigrado, pero las opciones no la convencieron. Un día lo encontró sin vida junto a la puerta, al salir de casa.

Vio la hora cuando se subió al camión. Llegaría a tiempo. Tomó asiento, se alisó la falda cuadrada gris con negro, se acomodó el marco rosa de los lentes sobre la nariz, se colocó los audífonos y dio play a la música.

Diez minutos para las ocho, Caren estaba sentada frente a su computadora, y antes de iniciar con el proyecto de ese día abrió su mochila y echó un vistazo.

—Tranquilo, se pasará rápido el día. Ya te buscaré un lugar para que descanses en paz. Por cierto qué guapo estás —le susurró y le acomodó el moño azul que le había puesto.

Al mediodía se levantó para ir al baño. Se acababa de sentar en la taza cuando escuchó un grito. “¡Qué tonta, olvidé cerrar la mochila!”. Salió corriendo. En la oficina, Chayo, que se sentaba al lado de Caren, lloraba temblorosa, parada sobre su asiento.

—Hay algo en tu mochila. Un animal, creo que…

Caren se acercó. Al parecer Chayo había ladeado por accidente su mochila y ahora la cola de Cariño salía por el cierre.

—No te preocupes —dijo, más para tranquilizarse a sí misma que a su compañera—, es solo…

—Yo sé lo que es —interrumpió Pedro—. Con ese tigre de peluche tu outfit está completo.

Caren estaba enojada. La sonrisa burlezca de Pedro le hacía hervir la sangre.

—No es… —Se detuvo. “Será mejor que le siga el cuento”—. Tienes razón, es eso, un tigre de peluche.

—Claro que es eso. Lo sabía.

Estaba oscureciendo cuando Caren se sentó en la banca de un parque. Allí había llevado a pasear a Cariño muchas veces, antes de su muerte. Miró alrededor. El lugar estaba prácticamente vacío. Un anciano leía un periódico al otro extremo y un guardia de seguridad vigilaba el portón de la entrada entre bostezo y bostezo. Metió cuidadosamente a Cariño en una bolsa de plástico negra y eligió un lugar junto al tronco de la frondosa jacaranda. El suelo era blando; sería una tarea fácil.

Los señores que leen periódicos en los parques no suelen molestar, pero hay algunos que tienen un as bajo la manga, o un pelo atorado en el buche, como seguramente sucedió en este caso. El anciano estornudó tan fuerte que si hubiera tenido una prótesis dental habría descalabrado a Caren. Ella, perturbada, decidió que eso era un mal augurio. Además, el vigilante ahora estaba muy despierto y podría verla. Buscaría un mejor sitio para el sepelio, pero eso sería el día siguiente, pues ya era tarde.

Acostada en su cama entró a Facebook. En el grupo Amiguitos de los animalitos. Hizo una consulta: “Tengo un gatito que tristemente pasó a mejor vida. No sé que hacer con el cuerpo. En mi ciudad no hay cementerios de mascotas y en mi casa no tengo jardín para enterrarlo. ¡Ayuda! ¿Qué puedo hacer?”. Las respuestas fueron inmediatas y variadas. Le sugirieron contratar servicios de incineración en alguna veterinaria, enterrarlo en el campo a las afueras de la ciudad o en una maceta, echarlo a la basura, tirarlo en la banqueta y ponerle cal, etc. Ninguna opción la convenció.

La mañana siguiente, Cariño estaba más inflado. Cuando Caren le acomodó el moño, el pelo se le cayó, como si hubiera sacudido un diente de león. Intentó arreglarlo con cera para el cabello, pero el problema solo empeoró. Todo se estaba saliendo de control.

Decidió que no iría a trabajar y llamó a la empresa de juguetes Pets Cool.

—Gracias por llamar a Pets Cool, donde fabricamos los juguetes mascotas más cool del planeta. ¿En qué puedo ayudarle?

—Hola, hablo porque compré un gatito con ustedes y ya se murió, pero… no sé que hacer con él. Yo no quería que muriera tan pronto —dijo llorosa.

—No se preocupe. Creo que puedo ayudarla. ¿Ya leyó las instrucciones al reverso del empaque en el que recibió su Pet Cool?

Caren cortó la llamada. Corrió a su habitación y sacó la caja que había dejado bajo su cama.

Leyó el reverso:

No al maltrato. Ahora puedes tener una mascota sin lastimar la naturaleza. Pet Cool parece un animal real. Actúa, come y hace sus necesidades. También se enferma y muere. Si quieres que vuelva a vivir, basta con cambiar la pila.

Recuerda, si compras nuestros productos, ¡tú también eres cool!

Everardo Curiel

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