El señor de los helados era un monstruo y le había pedido guardar el secreto. Con una sonrisa torcida, mientras se abrochaba el cinturón, lo había amenazado: iba a lastimar a mamá si abría la boca.
A sus cincuenta años, a Nicolás Pascual se le habían cerrado muchas puertas: las de la facultad de medicina, las de un empleo en la fábrica de chiles jalapeños en escabeche, las de la frontera —cuando le negaron su visa—, las del corazón de Delfina —o Nina, como Nico la llamaba—, que terminó casándose con un gringo con cara de pocos amigos. Tampoco se le habían acomodado las cosas para cumplir su sueño de convertirse en maratonista.
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Caren metió el pequeño cadáver en su mochila. “Le daré cristiana sepultura saliendo del trabajo”, se prometió. Cariño había estado enfermo la última semana. Dormía a todas horas y tenía…
Tapa el lente de tu cámara web. Alguien podría estar observándote. Quizá lo ha estado haciendo desde hace mucho tiempo. Te contaré mi historia. Solo te pido que no me…
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Un día de estos me vas a matar de amor, le decía. No se imaginó que de verdad lo haría, que terminaría enterrada en un hoyo, con varios kilos de…